Por José O. Paredes

 La sala está a media luz. Roja lámpara cuelga del techo. De la radio sale melodía de Blue. El humo torna irrespirable el ambiente. Un hombre embriagado intenta seguir la música con voz bamboleando. Hay fuerte olor a licor. Las voces de los bebedores se funden a las de afuera. Entrechocan los cristales.

La radio es silenciada por la enguantada mano del Maestro de Ceremonias. Apagan la luz. Los reflectores iluminan el entarimado al cual sube el M.C.: Viste malla multicolor; su cara está maquillada de negro y amarillo. El M.C. ruega atención y calma a los presentes. Y anuncia: “Señoras y señores, en un instante más, observarán un show inolvidable”. Pifias. “No, no se me impacienten, lo que les ofrezco, es…fe-no-menallll“… Sale de escena con gesto afeminado y hacienda pasos de ballet. Se oscurece la sala. Tambores. Un foco ilumina a los músicos: Acordeón, guitarra y percusión. Entre luces y palmas: Fantasmal mujer. El gentío eufórico. Ella trata de mover, sensual, su cuerpo. De sus ojos sale fuego. Su cabello, desgreñado. Centran la luz en sus formas. El acordeón comienza a romper el bullicio con lastimado canto. Ella, cual felino en celo, aprehende el ritmo. La tarima cruje. Hondo silencio. Un suspiro aislado es interrumpido por el plañido de la orquesta. Ella se insinúa como las vedettes que ha visto en algún filme. Se saca el chaleco. Aplausos. Desabrocha de uno en uno los botones de la blusa; su mano tiembla. Carcajadas. Blanca enagua. Tira al público la prenda. Seno erecto. Se palpa: Dolor y susto en su pupila. Los músicos cantan melancólicos. “Eras un arcoiris de múltiples colores”… Desliza la falda en extraño mecer de caderas. Hay calor en el ámbito. La mujer tirita. Los hombres imitan las voces de los cantantes. Uno trata de manosearla, alguien que vigila lo detiene. A través de la enagua se transparenta su intimidad. Abismal asombro. En los ojos de ellos, llamas de lascivia. Pálida la piel de ella. La blanca enagua vuela por las volutas enrojecidas y cae a las toscas manos de los espectadores… “tus mujeres son blancas margaritas”…La gangosa voz. El sostén trasluce seno violáceo. Ellos se enfervorizan en clímax. La mujer en corcovos. Frío sudor invade su cuerpo. Estela negra en su piel: Túmulos violetas. Ellos exigen más. Ella, como alada, se agita más allá de los acordes: Se va, se va, su hálito… Se evade su corporeidad levitando por el humo, como hoja en tormenta, desprendiéndose del peso, del espacio, del suplicio, del ruido de los goznes, de los gritos… Deja libre sus senos: Ensordecedores vítores. Los músicos apresuran el compás. Ella se mece lenta, lentamente. Arroja el sostén: Furia en sus manos. Se yergue en la escena: Virginal vestal. Quietas las luces. Expectantes las miradas. Ellos jadean como bestias. Ella sonriendo, se toca, se palpa, se acaricia, dulcemente. En la boca de los hombres, saliva de cópula vedada. Los ojos de ella, lejanos. Contorsiona su languidez en desolado grito. Los hombres, atónitos. Aparece el M.C. dando pequeños chillidos. Redoblan los tambores. Ordena silencio. Ellos: “¡No ha hecho el show total!”. La mujer, exánime. Cubre con sus manitas su pecho, acurrucada en un rincón. “La función de esta noche llega hasta aquí. La ‘señorita’… ha cumplido con creces esta prueba. La hemos pasado, por otras. No ha sido fácil ablandarla, pero, con buenos métodos… ¿Quién no entiende?”. Los asistentes reclaman. “Ya, ya, chi-qui-llossss…no-se-pongan-pe-sa-dos. Tomen sus ropas y se marchan a dormir”. En la lámpara cuelga la enagua. Un espectador guarda en su chaqueta con galones, el sostén. La P.M. los va sacando de a uno. El M.C. atiende a la mujer, con cierto rechazo. “Tendrá mejor trato desde ahora”, le dice despectivo. “Lo hizo muy bien, no necesitaremos, tal vez, otros métodos… ¿Tiene pudor, no? Si no confiesa, pasará nuevamente por esto. ¿Qué me dice?”. Ella gime. El M.C. hace un mohín y la cubre bajo gris manto. El torso de la mujer, lacerado. En sus senos, quemaduras de cigarrillos. En sus pies, la marca de los goznes. Ella llora. Se levanta, apenas se sostiene. El M.C. le da apoyo con teatral repudio. Oscuridad. En el ambiente aún resuena: “Eras un arcoiris”…

 

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Segundo premio en concurso “Neruda 80 años”, mención cuento; 1984. Topless ha sido incluido en varias antologías, entre éstas en Cuento Chileno Contemporáneo, Breve Antología, de Poli Délano y Rafael Ramírez Heredia. Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1998.